Vivir es tener que enfrentarse constantemente a nuevas situaciones. Es imposible que te levantes por la mañana pudiendo prever todo lo que te va a pasar ese día, y conociendo la fórmula exacta para resolver todos los problemas con los que te vas a topar. La realidad es esa, y esto es tan abrumador como estimulante.
Muchas veces, le echamos la culpa de “lo que no podemos hacer” a nuestras circunstancias, como si nosotros no fuéramos los que tenemos la capacidad de cambiarlas. Nos paralizamos ante los problemas y de esta forma dejamos pasar un montón de oportunidades.
Y es que sentimos un miedo irracional ante lo desconocido. Cuántas veces al no saber de antemano el resultado de algo, hemos dejado que otro se enfrentara a esa situación en nuestro lugar, y al averiguar que le ha ido bien hemos pensado “debería haber sido yo”.
Tendemos a infravalorarnos, a creer que somos débiles o que las situaciones ajenas a nosotros nos van a impedir conseguir nuestros objetivos. Pero la realidad es que cada uno tenemos en nuestras manos el timón de nuestra vida y podemos conducirla hacia donde queramos.
Y no te equivoques, porque, sí, es cierto, siempre aparecerán factores que consigan alterar totalmente la ecuación que teníamos prevista; van a surgir problemas que seguramente trastoquen nuestros planes y cuando miremos al pasado, puede que hasta nos cause risa ver la diferencia abismal entre el plan previsto y la realidad. Pero, ¿y qué?
¿Cuál es el problema si algo no va como teníamos programado?, ¿va a cambiar un imprevisto tus objetivos? Si es así, seguramente es que no eran los adecuados; pero si lo son, ve a por ellos, cueste el esfuerzo que cueste. Porque además, no hay nada más gratificante que echar la vista atrás, y darte cuenta de que has conseguido lo que buscabas sorteando todos los baches del camino, o tropezando con ellos, pero levantándote siempre.
Persigue tus metas a pesar de las dificultades. Puede que un problema, en un momento dado, nos distraiga haciendo que nos replanteemos si merece la pena seguir esforzándonos por aquello que queríamos conseguir. Sin embargo, desistir solo hará que sumemos otro malestar a esta nueva dificultad que se nos presenta.
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Es importante reconocer nuestros límites para no caer en la frustración, saber que algunos asuntos pueden llevarnos más tiempo o, simplemente, que hay objetivos que en un principio nos parecieron buenos, pero que realmente, no nos van a llevar a ser mejores.
Aprende a renunciar a algo cuando después de intentarlo te hayas dado cuenta de que no te puede hacer feliz, que no merece la pena; pero lucha cuando sí lo haga.
Y esto no es obsesionarnos persiguiendo una realidad idílica, es ver que, sí, tenemos límites, porque los hay, pero lo más seguro es que estén mucho más lejos de lo que podamos pensar antes de intentarlo. Y, oye, intentarlo no es abandonar cuando algo cuesta, es advertir la dificultad implícita que todo conlleva, sin que esto te desanime en la persecución de lo que buscas.
Desistir, en ocasiones, es no haber sido capaz de ver que en realidad sí somos fuertes, que merecía la pena luchar por aquello que perseguíamos. Así que trabaja por lo que deseas ser, tener o vivir, porque es la única forma de darse cuenta de que nuestra capacidad es mucho más grande de lo que creemos.
La fortaleza es esa cualidad que todos tenemos en común pero que a todos nos cuesta reconocer en nosotros mismos.