Cuando las estrellas de mar –o asteroideas- sufren el ataque de un depredador y pierden uno de sus brazos, generan uno nuevo con tal de remplazar la parte rota. No solo eso, sino que los miembros perdidos del cuerpo inicial pueden crear una nueva estrella completa que nacerá a partir de la extremidad separada. En cualquiera de los dos casos la mecánica es idéntica. Perder un trozo de sí mismas supone el principio de un proceso de regeneración que busca su supervivencia.
Parece inconcebible pensar que este comportamiento podría repetirse en cualquier ser humano. Sin embargo, cada vez que perdemos tenemos esta oportunidad, la de resurgir de nuevo, coger fuerza y seguir adelante.
Cuando hablamos de “perder” podemos hacerlo de muchas maneras. De hecho, el diccionario define éste término de 27 formas distintas: “dejar de tener, o no hallar, aquello que poseía (…)”, “no conseguir lo que se esperaba, deseaba o amaba”, “errar en el camino”, “no aprovecharse algo que podía y debía ser útil”, etc.
En cualquier caso, perder significa volver a empezar, cambiar y tener que hacerlo –en muchas ocasiones- con miedo. Cuando perdemos nos sentimos desorientados por un momento, puede costarnos visualizar el camino a seguir, porque ya no contamos con lo que teníamos antes. Es difícil esbozar un futuro sin lo que formaba parte de ti en el pasado, o sin aquello con lo que ya te habías proyectado de alguna forma.
Pero la realidad es que perder, en todas sus formas, es una oportunidad para empezar de nuevo. Es solo el momento para demostrar que podemos y vamos resurgir de cero, que contamos con la capacidad de recomponer cada una de nuestras piezas rotas y avanzar en una dirección que hoy puede ser desconocida, pero dando los pasos correctos terminará siendo fascinante.
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Parece evidente, pero recomponerse implica fortaleza, no inercia. Cuando algo no sale como pensamos, tenemos dos opciones; una, avanzar por inercia permitiendo que nuestra mente siga anclada al pasado –en cuyo caso, estaríamos avanzando solo en apariencia-, la otra, hacer un esfuerzo con tal de rehacernos a nosotros mismos; dejar atrás lo que ha quedado atrás, ser conscientes de que cualquier proceso de recuperación es difícil y que debemos ponerlo todo para regenerarnos a nosotros, regenerar nuestros sueños y crear nuevas expectativas.
Y es que es así, avanzar es una cuestión de fuerza, porque si dejamos que sea la inercia la que nos guíe, seguramente no acabemos donde nos gustaría.
Para recomponerte, solo necesitas encontrar tu fuerza. La fuerza necesaria para darte cuenta de que ya no vas a ser quien eras ayer, porque no cuentas con lo mismo; y la fuerza necesaria para moverte con energía persiguiendo tus objetivos, porque perder no es sinónimo de fracasar, sino de tener que coger impulso para salir adelante siendo un “yo” nuevo, uno más fuerte, que podrá conseguir sus propósitos sabiendo dirigir sus pasos tras cualquier caída.
Permanecer impasible y estático no es una opción. A veces nos gustaría refugiarnos en la tranquilidad de la soledad e inhibirnos de nuestro entorno, de nuestros problemas y de nuestras complicadas ambiciones. Sin embargo, esto no es una opción, simplemente porque esta alternativa no existe.
Somos un proyecto continuo de cambio, todo lo que nos rodea está con constante transformación: conocemos personas nuevas, dejamos otras atrás, adquirimos nuevas aficiones, nos fijamos distintas metas, etc. Es imposible negar el hecho de que nuestro ambiente se transforma constantemente, y con él, nosotros.
El cambio es inevitable, cada día eres un poco distinto a cómo eras ayer, y si echas la vista atrás, seguramente no te identifiques con algunas de tus decisiones anteriores. Y esto no está mal, solo significa que estás en evolución constante, que te estás rehaciendo continuamente a ti mismo buscando en todo momento aquello que te llena y que crees que te puede hacer feliz.
Y si estás en constante cambio, haz que este sea positivo a pesar de que el punto de inflexión hacia este nuevo recorrido haya estado marcado por el dolor. No te excuses bajo aquello que hayas perdido, no te excuses bajo las situaciones que no merecías. Vacía tu cabeza de esos pensamientos negativos y persigue tu felicidad.
Encuentra tu espíritu luchador y sal a por todas pase lo que pase. No dejes que las circunstancias te hagan perder de vista lo que persigues, ni pienses por un momento que un traspiés pueda suponer que no te vuelvas a levantar de nuevo.
Haz que tus ganas de salir adelante tengan mucha más fuerza que el miedo infundado de no saber cómo van a ir las cosas. Ten la capacidad para vislumbrar todas las posibilidades que se abren ante ti cada día y quítate la venda del temor, esa que te confunde haciéndote pensar que solo hay oscuridad frente a ti.
Aprende de todo lo que has vivido, pero deja atrás aquello que no ha podido llegar hasta aquí contigo, aquella frustración que por un momento haya tenido la tentación de paralizarte para conseguir tus objetivos. Deja todo ese dolor lejos. Porque hoy ya no eres el de ayer, y las pérdidas pasadas no tienen que convertirse en los obstáculos de tu futuro.
Rehazte cada día, sin temor, sin prisa, con ilusión y con nuevos sueños.